Me levanté un día por la mañana, contemplé a mi esposa, aún durmiendo, en la cama hecha con las mejores telas. Salí al salón principal para prepararme algo de comer, algo de fruta y pan con queso.
Habiendo desayunado salí fuera, corté algo de leña para el fuego, espanté a unos ciervos que se comían las flores de mi querida mujer. Iba a enfadarse mucho si se las destrozaban.
Cuando me hallaba ordenando los troncos de madera cerca del horno de fundición me sobresaltó mi querida Lucía, mi hija, una pequeña sana y feliz que no paraba de jugar por los alrededores de mi hogar. Tal vez pudiera jugar un rato con ella después.
Volví a casa justo para encontrar a mi amada preparando la mesa y sirviendo los platos. Un fantástico guiso de ciervos que salió a cazar esa misma mañana y de postre un delicioso pastelillo de manzana y canela.
Por todos los dioses, qué feliz era.
Por la tarde salí con mi pequeña Lucía a jugar al escondite en las orillas del cercano lago Ilinalta. La vista era preciosa. Pasamos toda la tarde jugando en la orilla y al anochecer mi querida esposa vino a avisarnos de que la cena estaba casi a punto.
Volvimos a casa, cenamos pan con queso y una sopa de verduras tan suculenta que parecía sacada del paraíso. Luego pasamos una agradable velada alrededor del fuego en la que se sucedieron anécdotas, historias y chistes hasta que no nos quedó más remedio que irnos todos a dormir.
Acuné a mi pequeña con un beso en la frente y me acosté junto a mi esposa. Me puse a pensar en cuán maravillosa era mi vida.
Luego apagué la videoconsola.
Habiendo desayunado salí fuera, corté algo de leña para el fuego, espanté a unos ciervos que se comían las flores de mi querida mujer. Iba a enfadarse mucho si se las destrozaban.
Cuando me hallaba ordenando los troncos de madera cerca del horno de fundición me sobresaltó mi querida Lucía, mi hija, una pequeña sana y feliz que no paraba de jugar por los alrededores de mi hogar. Tal vez pudiera jugar un rato con ella después.
Volví a casa justo para encontrar a mi amada preparando la mesa y sirviendo los platos. Un fantástico guiso de ciervos que salió a cazar esa misma mañana y de postre un delicioso pastelillo de manzana y canela.
Por todos los dioses, qué feliz era.
Por la tarde salí con mi pequeña Lucía a jugar al escondite en las orillas del cercano lago Ilinalta. La vista era preciosa. Pasamos toda la tarde jugando en la orilla y al anochecer mi querida esposa vino a avisarnos de que la cena estaba casi a punto.
Volvimos a casa, cenamos pan con queso y una sopa de verduras tan suculenta que parecía sacada del paraíso. Luego pasamos una agradable velada alrededor del fuego en la que se sucedieron anécdotas, historias y chistes hasta que no nos quedó más remedio que irnos todos a dormir.
Acuné a mi pequeña con un beso en la frente y me acosté junto a mi esposa. Me puse a pensar en cuán maravillosa era mi vida.
Luego apagué la videoconsola.
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